De un escalofrío por tres palabras.

¿Porqué deja uno de escribir, si a la larga lo hace para sí mismo? Yo he acusado, entre otras cosas, a la rutina y al hartazgo de querer ser una voz entre el ruido de insensatez que puebla internet. Pienso en otra, como el ruido en casa, el no poder fumar cuando escribo u otras, como ponerme viejo y no saber escribir cuando tengo tanta alegría y tantos planes por en medio. Quizá pienso en la suma de todo. Y en el cansancio, el adulto cansancio. Pero lo cierto es que no siento que sea explicación suficiente.

Días atrás tuve la oportunidad de compartir un tiempo con un amigo brasileiro a quien no veía desde hace cuatro años. Entre la alegría de compartir el tiempo y soñar con cosas qué hacer en nuestro trabajo, me trajo un pequeño presente: un colgante para la pared con una frase de El Principito. Lindo el detalle, más si tengo en cuenta que ese libro fue uno de mis libros favoritos cuando era un niño.

Pero más que el colgante, fue una tira de papel con que venía amarrado el mismo lo que me movió las entrañas. Lo ven acá a la derecha:

POESIA É TUDO!

[¡POESIA ES TODO!]

Vi esa frase, sencilla, dulce y me dio un escalofrío. Me puso a pensar en tantas cosas. En mis últimos quince años, cuando menos.

La poesía me atravesó toda la vida en esos años. Su presencia absoluta como manera de dejar salir, de decir, de hacer. Con esas tres palabras recordé todos los amores y decepciones sublimados en largas líneas, algunas de las cuales llegaron hasta acá. Volví a esos cuadernos, en tantas hojas del final de una materia ocupadas por líneas-patadas de ahogado.

Pensé en todo el dinero que no gasté en otra cosa que no fueran libros, sea los que prestaba y entregaba tarde o los que compraba y que conservo conmigo y que hoy son un pequeño tesoro, un pequeño remanso sobre el que he ido construyendo y reconstruyendo la vida.

Recordé las noches dedicadas a pensar en mujeres que (ya) no tendría nunca, en los amigos a quien compartí mis escritos y las noches, las largas noches oyendo tantas músicas, queriendo expandir mi voz, encontrar líneas a las que subrayar y anotarles "SUBLIME", descubrir voces poderosas como la de Whitman o Neruda, cosas deliciosas para decirse en voz alta como Piedra de Sol o Altazor, palabras como Trilce, Odumodneurtse, imágenes como las de Kijadurías, pasiones como las de Otto René Castillo, cosas definitivas como Pavese diciendo "Para todos tiene la muerte una mirada",  a o mi querido Girondo tirándome a la cara esto:
La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles. Cuando una tía nos lleva de visita, saludamos a todo el mundo, pero tenemos vergüenza de estrecharle la mano al señor gato, y más tarde, al sentir deseos de viajar, tomamos un boleto en una agencia de vapores, en vez de metamorfosear una silla en trasatlántico.

Me hallé de nuevo viendo ese modo de vivir intensamente el sufrimiento propio y la joie de vivre. En esa tenue línea de tener tanto atrapado por decir, pero no querer soltarlo de una vez, si no querer hallar la palabra exacta, la figura retorcida de decirlo todo sin decir nada al mismo tiempo.

Como ven. pensé. Sin duda, pensé.

La vida me ha cambiado mucho desde aquellas noches. Hace mucho que tengo que arreglar mi asunto del carnet de la biblioteca de la universidad para poder volver a tener acceso a su preciado acervo (no es lo mismo leer poesía en una pantalla que en un libro). El último libro que leí no tiene que ver con literatura y mi siguiente lectura planeada es de un curso que estoy tomando para afilar una de mis áreas de trabajo. Seguramente la próxima noche que acabe tarde frente a la computadora arreglando un texto sea por un informe y no un poema.

La próxima vez que pase a la librería lo primero de lo que me quejaré en mis adentros es de ver tanta novela y tan poca poesía. Y al final del año viviré con esa mujer cuya su risa barrió de mi patio hasta las viejas angustias, que sembró flores en los pasillos y hasta puso la idea de un gato durmiendo en la ventana de la sala.

Octavio Paz dijo una vez:
Muchas veces te acercas al papel atraído por una necesidad oscura de decir algo, pero no sabes qué vas a decir. Eso se nota, por ejemplo, cuando uno quiere escribir un ensayo. Cuando uno va a escribir un poema, muchas veces no sabe qué va a decir. Sientes la necesidad, pero es una necesidad que no aciertas a definir claramente. En su lugar hay una suerte de páramo angustioso. Pero de pronto una chispa, una espiga, un chorro de agua, lo que sea, te lleva a decir ciertas cosas.

Vuelvo al escalofrío que me dieron esas tres palabras de la cinta de papel de la foto. Vuelvo a esa frase de don Octavio. A pesar de todo, de no saber porqué no lo hago, sé que ese páramo angustioso sigue estando ahí. La poesía sigue siendo todo.

Víctor

P.D.: Mi amigo se llevó, como mi regalo, dos libros de poetas salvadoreños. 💪

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