Cerros, voces, silencios.

Unos días retuiteaba a un periodista que decía:
"Cada día, en las redes sociales, desperdiciamos espléndidas oportunidades de quedarnos callados"
Cuánta razón.

Tanta sinrazón y tanta prisa hacen que esta pausa de agosto cayera a mi como el agua que tanta falta hace a nuestra tierra. Se me acortan esos días y se viene otra tanda de semanas en las que no habrá pausa.

Pero esta semana, un aventurado chance de pasar unos días en Arambala, y pasar cerca de algunas comunidades que visité años atrás, algo que cambió mi vida en muchos sentidos. Mientras pasé esos días allá, disfrutando ese silencio delicioso entre los árboles no reparé que tras de mis anécdotas sobre lo que caminé en esos días, la gente que conocí, algo se movía dentro. En el silencio, reparé cuánto cambió mi vida en trece años. Caí en cuenta de cómo fui encontrando parte de mi voz en aquellas laderas y entre aquella gente.

Por esos cerros anduve recogiendo esperanza.
Pienso en el desafío que tengo ahora, en las nuevas responsabilidades. Nunca hubiera imaginado que aquella aventura medio romántica que emprendí habría de parar en lo que hago ahora. Pero no podría imaginarme haciendo lo que hago ahora sin esas experiencias que aún ahora, me alimentan cuando el mundo insiste en sangrar y sacar del horizonte a la esperanza.

De aquel entonces a hoy, gente ha ido entrando a mi vida y de otra nomás queda la huella. Con la mayoría queda el anhelo de no perder del todo el contacto, de no olvidarnos mutuamente. Entonces, como ahora, sigo queriendo dejar una huella, una buen huella en la vida de los demás. Que mi paso por el mundo sea algo que valga la pena recordar.

Mi intención es recta y mis pasos han sido torpes. Ojalá la huella que dejé alguna vez en sus vidas valga lo suficiente la pena. La huella que me ha quedado de muchos de ellos y ellas es bastante indeleble en mi. Bastante como para sentir pena horrible de cómo pierdo contacto, de cómo mi cansancio se va volviendo tanto en estos días que me basto apenas para la familia, la de siempre y la que he de ir construyendo con ella. No intento excusarme. Soy un pésimo amigo, al menos en términos de seguimiento, de frecuencia. Y eso me hace olvidable.

(Necesitaba decir eso)

Gocé esa vista y ese silencio allá en ese cerro de Morazán, gocé los recuerdos. Me acordé que allá, en esos caminos que llevaban al cerro, había encontrado parte de mi voz. Hoy que casi he vuelto a mis responsabilidades - tengo una reunión a las 2 de la tarde, no debo olvidar llamar al mecánico para ver qué pasó con el carro y completar mi parte de lo que me toca presentar el lunes - toca no olvidar hacer silencio, para luego alzar fuerte la voz, para seguir repartiendo esperanza, para seguir construyendo huellas.

Algo bueno hay que hacer para ser digno de memoria, para ganarse la dulce nostalgia. Aunque sea de forma torpe.


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