Burning Octubre


Octubre suele tener ese aroma a escape, a huida. Reminiscencias de tiempos que pasaron, de años en los que la llamada de los vientos - cada vez más escasos - traía la sensación de la cercanía de la libertad, de estar cerca de los lugares y las gentes mejores: la calle, el pueblo, los abuelos, los amigos, los primos.

Octubre es una llamada al niño interno que quiere pasar la tarde haciendo fortalezas, historias con carros medio rotos y muñecos que siempre fueron algo más.

Octubre debería conservar su naturaleza mágica, de cielos irrepetibles en el asombro de cada celaje, de vientos que saben a libertad y anhelos de la gente mejor y los lugares más ansiados de la feliz vida de responsabilidades y anhelos al alcance de la mano.

Octubre no debería ser estas horas de apuros, de sinsentidos y sinsabores, de lluvias deliciosas que no se disfrutan a plenitud, de esperas de vientos de libertad que no llegan, de piscuchas que no rozan a las húmedas viajeras, de una opresión en el alma, de un sinsentido en el horizonte, de esta sensación de ser Sísifo, empujando piedras que ruedan al pie de la montaña nuevamente.

Octubre debería ser eso que fue, el mes de ver al cielo, del viento en el rostro y la sonrisa de niño que huye al abrazo de lo más querido: el juego y la abuela, el paseo y el abuelo, correr por la calle, con los amigos, mientras una niña dulce sonríe viéndote tras la ventana.


Y nada, que Pink Floyd y la voz de Clare Torry nos arreglen el alma:

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