De repente todo llega.
Aparece alguien que derriba las puertas y que detona los candados a fuerza de brutales miradas y frases rotundamente honestas. En una carcajada se taladran temores y se descubre que uno está ahí, a medio camino porque la depositaria de una ilusión se tomó la atribución de demostrar que entre otras cosas, el camino más corto es con frecuencia algo menos desesperante. Y entonces queda solo decirle si a lo que nos regala la vida: la oportunidad de comenzar construyendo en el descubrimiento de la propia vida, la sorpresa de no ser cadáver.
Uno no resucita, pero se sabe repentinamente vivo. Y se desoxidan los abrazos, deja de chirriar el rostro cuando se esboza una sonrisa. Y se atribuye un nombre, un rostro, una sensación de manos entrelazadas a la renovada esperanza de estar emprendiendo un camino de miles de kilómetros, paso a paso.
Uno no resucita, pero se sabe repentinamente vivo. Y se desoxidan los abrazos, deja de chirriar el rostro cuando se esboza una sonrisa. Y se atribuye un nombre, un rostro, una sensación de manos entrelazadas a la renovada esperanza de estar emprendiendo un camino de miles de kilómetros, paso a paso.
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