Outsider participante...
He venido con este gancho en la espalda, para ser colgado al fondo de los armarios. Soy un abrigo cálido, pero molesto en un clima tan tropical y cada vez más desértico. Útil en horas frías, es fácil encontrarme ese olor a naftalina y a polilla. Más aún con ese afán de escudriñador de cosas antiguas, como piedras rodantes y lamentos de una raza que nos ha sido ajena por decreto.
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En cierto modo soy ajeno a todo esto. A vos que sos una persistente idea con vocación de interrogante abierta, a cada grupo y subgrupo que me rodea, a mis propias ideas, creencias y aprendizajes, a mis propias vocaciones y las cosas que no elegí aún. Soy ajeno a todo y pertenezco a todo a pesar de mi mismo, estoy dentro de muchos trajes que no me quedan del todo, me pongo zapatos viejos que me quedan demasiado apretados o demasiado flojos, vivo en una casa que nunca acaba de caeres y tengo una vida que no acaba de morirse. Me dan ganas de salir corriendo a pesar del dolor de rodillas, pero no hay un adonde ni un hasta cuando, no hay un porqué definido ni analgésicos. El lastre sigue siendo mío, más mío conforme avanzo y descubro mi lugar en el mundo que no es mío después de todo.
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Pero queda la música. La deliciosa música que inunda estas breves separaciones del mundo que nadie respeta, excepto yo mismo. Las paredes que me separan de todo son tan pinchemente frágiles como la sensación de seguridad en mi mismo que me inunda cuando logro tomarme de la mano y llevarme a dar un paseo por algún verso. Me queda la música para poder sentir, mi no poder expulsar nada que no sean las veintitantas letras del alfabeto, mi conocer qué necesita el resto del mundo y que el mundo y aun yo no sepa qué necesito yo mismo. Bueno, talvéz si. Quisiera un cigarro, una idea que me tome de la mano y me diga que está bien no saber cuando es que hay que llorar.
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En cierto modo soy ajeno a todo esto. A vos que sos una persistente idea con vocación de interrogante abierta, a cada grupo y subgrupo que me rodea, a mis propias ideas, creencias y aprendizajes, a mis propias vocaciones y las cosas que no elegí aún. Soy ajeno a todo y pertenezco a todo a pesar de mi mismo, estoy dentro de muchos trajes que no me quedan del todo, me pongo zapatos viejos que me quedan demasiado apretados o demasiado flojos, vivo en una casa que nunca acaba de caeres y tengo una vida que no acaba de morirse. Me dan ganas de salir corriendo a pesar del dolor de rodillas, pero no hay un adonde ni un hasta cuando, no hay un porqué definido ni analgésicos. El lastre sigue siendo mío, más mío conforme avanzo y descubro mi lugar en el mundo que no es mío después de todo.
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Pero queda la música. La deliciosa música que inunda estas breves separaciones del mundo que nadie respeta, excepto yo mismo. Las paredes que me separan de todo son tan pinchemente frágiles como la sensación de seguridad en mi mismo que me inunda cuando logro tomarme de la mano y llevarme a dar un paseo por algún verso. Me queda la música para poder sentir, mi no poder expulsar nada que no sean las veintitantas letras del alfabeto, mi conocer qué necesita el resto del mundo y que el mundo y aun yo no sepa qué necesito yo mismo. Bueno, talvéz si. Quisiera un cigarro, una idea que me tome de la mano y me diga que está bien no saber cuando es que hay que llorar.
Comentarios
Tenía la intención de comentar algo respecto a esta entrada, pero me he quedado sin palabras.
Te quiero mucho, Vic. Abrazos fuertes para ti.